Kultura, Weekend

La personalidad de nuestro tiempo y la pandemia de la psicopatía funcional

La personalidad de nuestro tiempo es flexible y al mismo tiempo fragmentada. Exactamente lo que exige el mundo neoliberal: individualista hasta el extremo, orientada al consumo y a la búsqueda de sensaciones, sin un lugar fijo, formando relaciones numerosas pero superficiales y vínculos frágiles.

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Cuando estaba en la universidad, todo el mundo leía La personalidad neurótica de nuestro tiempo, de Karen Horney. Podías diagnosticar a profesores y compañeros, y reírte un poco de cómo encajaban tanto en el cuadro. Pero no sólo eso: la idea de que las condiciones sociales pueden moldear los tipos psicológicos dominantes nos estaba calando. Era 1990, aún no sabíamos lo que era el capitalismo.

Pensé en aquella experiencia cuando cayó en mis manos el libro de Lola López Mondéjar Invulnerables e invertebrados (Barcelona, Anagrama 2022), publicado hace dos años. López Mondéjar se pregunta qué tipo de personalidad produce el capitalismo noeliberal contemporáneo. La respuesta está contenida en el título: "invulnerables" es tanto como invulnerable a las heridas, e "invertebrados" significa "sin espinas".

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Parece que la posmodernidad se ha vuelto demasiado difícil para la gente. Cada vez sabemos más cosas del mundo y, al mismo tiempo, la información que nos llega de todas partes no hace más que intensificar la sensación de impotencia. ¿No ha tenido usted esta sensación? Las eco-cooperativas, la bicicleta, la lucha con los tenderos por las bolsas de plástico y la botella de agua reutilizable, y en el fondo la sensación de que, de todos modos, no cambiará nada y que cancelar unas vacaciones o vender un coche sería una tontería.

Como resultado, actuamos como si no supiéramos nada, o colocamos el dolor de lo que sí sabemos en un lugar que nos protege de la parálisis y nos permite vivir como si no lo supiéramos. Negación y disociación: los dos mecanismos principales que nos protegen del sufrimiento asociado a la impotencia y al sentimiento de vulnerabilidad.

En la época de Freud, la huida de la tensión pasaba por la negación, que producía una serie de síntomas. El hospital de la Salpêtrière estaba lleno de mujeres que reaccionaban con histeria a las presiones de un entorno patriarcal. Hoy en día, nos enfrentamos más bien a multitudes de adaptados que, en su propia mente, no necesitan ayuda y no molestan a su entorno.

La disociación es una evasión que permite distanciarse rápida y fácilmente, separarse del conflicto, salir de la relación y no sentirse angustiado por las contradicciones de las propias acciones y actitudes. En resumen: adaptarse a todo y, sobre todo, al mercado. La personalidad de nuestro tiempo es flexible y al mismo tiempo fragmentada. Exactamente lo que exige el mundo neoliberal: individualista hasta el extremo, orientada al consumo y a la búsqueda de sensaciones, sin un lugar fijo, formando relaciones numerosas pero superficiales y vínculos frágiles.

Por "columna vertebral", López Mondéjar entiende un principio integrador del yo, una idea del yo ideal que puede estar en contradicción con lo que hacemos y con el mundo en que vivimos. Nos permite comparar nuestras aspiraciones y deseos con las posibilidades que nos ofrece la sociedad para realizarlos. Esto da lugar a conflictos, lo cual no es cómodo, pero sigue siendo una condición para el contacto con la realidad. Por lo demás, los fragmentos del yo coexisten sin causar problemas ni sentimientos de culpa.

Más allá del principio de realidad

El problema es que este tipo de evasión no conduce a la resolución de los problemas. Es más: hace imposible afrontarlos. Parece que ningún peligro va a alcanzarnos, pero para poder hacer algo de verdad, primero hay que sentir el peligro. Mientras tanto, la personalidad de nuestro tiempo nos protege eficazmente de ello. López Mondéjar cree que este mecanismo es generado por el sistema socioeconómico y al mismo tiempo lo refuerza. Fantaseamos con que nos hemos convertido en un Aquiles invencible al que no se puede herir.

Sin embargo, sí se puede. Las sociedades modernas que han abandonado o abandonan sistemáticamente el ethos del Estado del bienestar son como arenas movedizas. En condiciones precarias, la gente se siente cada vez más insegura en ellas, y el miedo y la incomodidad asociados a ello permanecen, aunque barridos bajo la alfombra.

Un buen ejemplo es la epidemia de obesidad. Según la Organización Mundial de la Salud, el número de personas obesas se ha duplicado desde 1980 (cifras de 2016). Hace 25 años, el 7,4% de la población mayor de dieciocho años cruzaba la línea de la obesidad, y en 2012 ya era el 17%. Si nos fijamos en los datos de sobrepeso, la tasa alcanza el 53,7%.

Estamos ante un problema grave, y a escala social, que se traduce en la salud de la sociedad y de personas concretas, por no hablar del coste de la sanidad. Las causas de la obesidad son diversas, aunque entre ellas parecen predominar los factores psicológicos. Perder el control sobre la dieta se convierte en una forma de hacer frente a emociones que no tienen cabida.

Sin embargo, también hay algo interesante. Cuando la obesidad empieza a tratarse sólo como una manifestación de la diversidad, el verdadero problema desaparece y hablar de ella resulta ser una cesura y una manifestación de discriminación. López Mondéjar ve la crítica de la gordofobia también (pero no sólo) como un gesto de negación a reconocer los límites que marca la realidad. La obesidad no es saludable, y no todo tiene que ver con nuestro aspecto. No por razones estéticas, sino por los problemas que hay detrás y que hay que afrontar.

Los modelos de belleza actuales crean no poca presión. Y sin embargo, las estadísticas nos dicen que la adaptación no es ni la única ni la más importante estrategia para responder a ella. Los problemas de anorexia, es decir, de adaptación destructiva a las normas impuestas, son sólo un pequeño margen en comparación con la magnitud del problema de la obesidad. La inmensa mayoría de la población opta por equiparar el ideal con su opuesto. Detrás de ello está la creencia de que todo es posible y tiene el mismo valor y de que no existen límites reales. La tensión entre lo prescrito socialmente y nuestras elecciones debería crear conflicto, pero éste desaparece como por arte de magia.

A través de la disociación, todo se vuelve posible. "Cumple tus sueños" y "sé tú mismo", tal y como sugieren los anuncios. Sólo el consumo permanece inalterable.

Psicópata funcional

La actividad incesante es una forma de reforzar la fantasía del yo todopoderoso y causal mientras se escapa de las necesidades, la tristeza y la decepción imposibles de aceptar. Al mismo tiempo, la elección de la actividad coincide con las exigencias del neoliberalismo y del mercado. Encaja con el ideal de competitividad y productividad. El espíritu empresarial se combina con un individualismo extremo: el otro no es más que un adversario al que hay que vencer, a menudo a cualquier precio.

Los valores del capitalismo contemporáneo y los mecanismos asociados al tipo de personalidad que producen empujan hacia la agresión. En un acto de violencia, el agresor recupera una sensación agitada de control sobre los demás y sobre la situación. La acción violenta le hace sentirse poderoso en lugar de vulnerable, dependiente y susceptible de ser herido. Al hacerlo, desvía la sensación de impotencia y corta de raíz la frustración que se está acumulando en su interior. Es muy fácil negar su existencia porque la reparación de la autoimagen es inmediata. Las emociones difíciles no entran en la conciencia, pero el placer asociado a la descarga es muy fuerte.

La fantasía de omnipotencia e independencia también dificulta ver los propios errores y experimentar el conflicto asociado entre la autoimagen y la realidad. Los objetivos de la acción justifican y la racionalización completa el resto: la responsabilidad y la culpa desaparecen del horizonte.

Esto va acompañado de un fenómeno que López Mondéjar denomina la pandemia de la psicopatía funcional. En el capitalismo apocalíptico, el psicópata se siente como pez en el agua y los jefes no hacen más que alabarle. La piel dura, la insensibilidad al dolor propio y ajeno, el trato instrumental de las personas y las relaciones y la alienación le permiten no preocuparse por ningún límite.

Para otros, los ciclos de intensa actividad se alternan con periodos de abatimiento. Las enfermedades de nuestro tiempo son la depresión y el trastorno bipolar. La imagen narcisista de sí mismo también incluye el imperativo de la felicidad. Elogiar imágenes de felicidad, que parecen abarcar toda la vida, se convierte en una obligación y al mismo tiempo planta la ocultación de los problemas reales. La persona joven, alegre, activa y dinámica se derrumba bajo el peso de estas exigencias. La soledad crónica y el vacío son la otra cara de la misma moneda.

Modelo Tinder

Escapar del conflicto también se aplica a las relaciones íntimas. López Mondéjar opina que hoy la necesidad de afecto es más embarazosa que el sexo. El imperativo de la felicidad favorece el enamoramiento, en el que no caben diferencias de opinión, sino que los deseos se satisfacen casi al cien por cien. Cuando empiezan las dificultades entre las personas, se tiene la sensación de que el amor sobra o es insuficiente. Uno lo busca en otra parte, según su propia lista de necesidades. Los sitios de citas ofrecen sugerencias y cualidades de las parejas potenciales, según las cuales se puede elegir a las más adecuadas.

No prevén el esfuerzo necesario para crear un vínculo más duradero, el compromiso sin el cual es difícil confiar, la lealtad, la responsabilidad, el acuerdo con las exigencias del otro o la aceptación de sus limitaciones. En consecuencia, no se crean vínculos capaces de satisfacer la necesidad de proximidad. Aparte de la huida hacia una nueva relación, la salida puede ser la multiplicidad de relaciones poliamorosas, lo que significa que siempre hay alguien disponible para satisfacer nuestras expectativas.

El precio de las prácticas y fantasías adaptativas es el debilitamiento de unos vínculos sociales ya de por sí ineficaces, que son el único remedio contra la impotencia. "Irse. Huir, cambiar de domicilio, de amante, de trabajo, es a menudo una forma de defensa contra la frustración [...]. Y, al mismo tiempo, una forma de adaptación a las exigencias de un sistema de producción que quiere que no tengamos un lugar propio, que seamos libres, ligeros y sin obligaciones."

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Tomasz Żukowski
Tomasz Żukowski
Historyk literatury
Historyk literatury, profesor w Instytucie Badań Literackich PAN. Autor książek „Wielki retusz. Jak zapomnieliśmy, że Polacy zabijali Żydów” (2018) i „Pod presją. Co mówią o Zagładzie ci, którym odbieramy głos” (2021).
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